domingo, 29 de abril de 2012

Otra mirada a la película INTOCABLE,

por José Antonio Fortuny Pons.
Mucho se ha hablado estos días sobre la película “Intocable”, una producción francesa que ha tenido un gran éxito en taquilla. El argumento gira en torno a la relación que se establece entre un tetrapléjico y el asistente personal que contrata.
Dejando a un lado si la película es buena o no, si sus bromas hacen más o menos gracia, me ha parecido interesante poder extraer una reflexión que considero vital: la necesidad de disponer de la figura del asistente personal para aquellas personas que puedan necesitarla. Un asistente personal es aquella persona (o varias en el caso de necesitar muchas horas) contratada directamente por ti a través de un dinero que te da la administración, y que se adapta a tus gustos y preferencias. Suple tus brazos y piernas, y te ayuda a hacer todo aquello que no puedes hacer por ti mismo.
Gracias a la ayuda del asistente personal, el protagonista, que huye de la compasión y del frío trato clínico, consigue vivir una vida socialmente activa, integrado en la comunidad, lejos de una residencia, entrando y saliendo de su casa a voluntad.
Pero que nadie se llame a engaño: no hace falta ser millonario para poder aspirar a una vida digna o, lo que llaman en el argot político, una vida en igualdad de oportunidades. De hecho, hace muchísimos años que este sistema funciona en media Europa. Ni siquiera hace falta saber hablar francés. Sin ir más lejos, en España, desde el foro de vida independiente hemos puesto en marcha varios proyectos piloto en diferentes comunidades autónomas como Madrid, Cataluña, el País Vasco... En estos programas cada persona dispone de todas las horas necesarias para poder llevar a cabo su proyecto de vida. Gracias a estas iniciativas, ha habido gente que ha podido salir de instituciones donde llevaba años encerrada, o que ha podido sacudirse de encima la angustia de ver cómo eran sus padres ya mayores quienes les asistían.
Aun así, son solo unas ínfimas gotas de libertad en una realidad dura y desconocida.
Hace unos siete años presentamos un proyecto como los anteriormente citados a los representantes políticos de la isla. Traté de hacerles ver la conveniencia de disponer de este servicio para todas aquellas personas que lo pudieran necesitar. Durante este tiempo, he visto desfilar políticos de todos los colores. Unos eran simpáticos; otros parecían inteligentes; otros cargados de buenas intenciones, pero incapaces de dar un paso adelante. Lo que más me llamó la atención es que a la mayoría les debía de faltar alguna vértebra del cuello, ya que sabían girar con una facilidad pasmosa la cabeza hacia otro lado. He jugado a su juego, he traído gente de fuera para tratar de convencerles, los hemos invitado a congresos, enviado múltiples documentos y mensajes. Me he dejado la piel y la salud. Pero nada.
No ha servido que les hablase de que el derecho a la asistencia personal está recogido en la Convención de la ONU sobre los derechos de las personas con discapacidad, de obligado cumplimiento para los países firmantes, pero que tan alegremente se saltan junto a otras muchísimas leyes.
Tampoco me ha sido de utilidad mi pedagogía de Barrio Sésamo. A uno de ellos, le comenté: “Si mañana tienes un accidente, lo que yo te propongo es que puedas seguir haciendo más o menos la vida que hacías antes. Disponer de la ayuda que necesites para seguir acudiendo a tu trabajo, para seguir viviendo en tu entorno con tu mujer e hijos”. Esta vez, mientras el político carraspeaba y miraba hacia otro lado con esa habilidad sobrenatural, admito que me aproveché y le saqué la lengua.
Cuando comprendí que para ellos no era más que un número o un objeto, recurrí a los informes económicos. Y es que según demuestran los datos de otros países y los que se han recogido en los proyectos puestos en marcha España, la asistencia personal es un 20% más barata que el modelo residencial. Sí, ya sé que parece increíble, pero los números son los números. Esto es así porque con este sistema no hay infraestructuras que mantener ni cargos intermedios de dudosa utilidad, simplemente se trata de un pago directo entre el usuario y el trabajador. El hecho de que esto se aplique en países como Suecia, Holanda, etc. no solo es porque sean países más ricos, sino fundamentalmente porque también son mucho más eficientes.
Visto lo visto, mi única brizna de esperanza es que alguno de ellos vaya a ver la película. Aunque también me da miedo que se equivoque de sala, acuda a ver una de vampiros, y nos clave más aún los colmillos en la yugular...

martes, 10 de abril de 2012

Arrollada en el cine Comedia.

Este capitulo comienza con un ir a ver La fría luz del día, para deleitarnos con Bruce Willis y el otro cachas que le acompaña en el cartel. Entre risas, parecía un plan fantástico para un domingo por la tarde.

Y todo fue placentero hasta que llegamos al cine Comedia, de Pso. De Gracia con Gran Vía y el hombre que recogía las entradas, viéndome, nos preguntó a que sala íbamos. Le contestamos que a la 2 y nos dijo que yo no podía entrar porque para acceder hay cuatro escalones. De repente, el plan dejó de ser divertido.

Lo que sucedió a continuación fue que mi familia y el resto de telespectadores pudieron entrar y yo me quedé sola a la espera de que el encargado de turno me diera la hoja de reclamación. Cuando me la dio, intentó argumentarme que en las sala 2 y 3, en las no accesibles, intentan poner las películas menos exitosas, por supuesto eso no me consoló en absoluto.

Nosécómo, nientiendoporqué entraron todos y todas, menos yo: Imagino, que por falta de consciencia y de conocimiento, así como de fuerza para hacer valer los derechos humanos.

Para acabar, quisiera que habiendo compartido este nefasto capítulo se entienda la dinámica enormemente segregadora que se crea cuando el entorno no es accesible a todas las personas. Y como es de increíblemente humillante quedarse sola ante semejante injusticia. Humillante y devastador.